Van y vienen, con sus angelicales rostros de señoritas
que pretenden ser, forzadamente, de mayor edad,
cuando apenas son los que son, simplemente niñas,
que ya no juegan a las muñecas, sino al audaz besar.

Apenas cursan secundaria y ya se brincan la libertad,
en los momentos en que ingresan hacia la adolescencia.
No son pocas las que ya son bien expertas en el fumar,
en estos tiempos de tanta relajación y complacencia.

Acabaron, o en ello están, con las voces amables,
antes toque tan distintivo de su niñez y femineidad.
Hoy, de sus labios, salen groserías impresionantes,
más propias de gente sin educación y nada de dignidad.

Quieren vivir aprisa, a pesar de su tan corta edad,
desean comerse el mundo, a todos, en miles de pedazos,
lo que es signo patente de su inmadurez y gran necedad,
con las que dejan fácilmente lo bueno por aquello malo.

Claro, dignas excepciones en todo esto sé que hay,
son motivo de orgullo y tranquilidad para sus padres.
Son diferentes en su forma de ser ante toda la sociedad,
por lo que no dudo que llegarán a ser muy importantes.

Pero las otras, las que no están a gusto con su edad,
van y vienen, vulgarizadas, con palabras altisonantes,
haciendo gala y derroche de aquello que no es libertad,
buscando vivir de prisa, forzada y muy peligrosamente.

Ya saben conseguirse novios, posiblemente arrebatarlos,
no les son ajenos los abrazos y los besos de banqueta.
Si sus padres las regañan, no dudan en ridiculizarlos,
sin reparar siquiera en que por ellos, usan calcetas.

Libertad se les otorgó, pero no supieron conservarla:
la transformaron en polémico y cuestionado libertinaje.
La vida les mostrará, luego, que estaban equivocadas,
mas para muchas, desgraciadamente, ya será tarde.

Raff