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EL LLANTO DE LA TORTUGA

Era noche fresca, con luna llena, apacible y muy serena;
las olas del mar, insistentes, muy bien lavaban la playa
y con suave viento, las palmeras mecían sus melenas,
mientras las estrellas en las aguas azules se miraban.

De las profundidades marinas, una tortuga emergió,
dejándose envolver en el rumoroso vaivén de olas.
En ellas, iba y venía... Qué pensaría, no lo sé yo,
mas con el mar jugaba aquella caguama hermosa.

De pronto, sobre las finas y doradas arenas quedó,
ante la presencia de aquella luna, callada y sonriente.
La noche se hizo más clara, otro lucero se encendió
y ya la tortuga iba playa adentro, muy lentamente.

Ya un poco alejada de las muy recurrentes aguas,
medio se enterró en aquellas aterciopeladas arenas;
con cuidado, como dama acomodándose las enaguas,
buscó el sitio más idóneo para cumplir su noble tarea.

Entonces, la tortuga, muy contenta, comenzó a desovar
y en tal proceso, un poco más de cien huevos expulsó.
Tuvo tiempo de dormir un poco, acaso hasta de soñar,
hasta que finalizar su maravillosa y natural función pudo.

Después, muy satisfecha y en paz, se dirigió al mar,
dejándose envolver en el rumoroso vaivén de las olas.
Nuevas esperanzas de vida dejó, era cosa de esperar.
Se sumergió en las aguas, la playa quedó muy sola.

Muy de mañana, antes de que el sol bien se despertara,
gruesas y encallecidas manos se robaron los huevos;
éstos serían vendidos en el puerto, sin mayor tardanza,
pues ya se sabe que como alimento, son muy buenos.

Aún en el cielo, prácticamente ya en franca retirada,
la luna y las estrellas testigos fueron de la escena;
en pocos minutos amanecería, el ladrón se alejaba...
¡Cuánta desesperación, qué calamidad, cuánta pena!

Llegó la luz y del cielo, el sol pronto se apoderó;
a la luna, la despidió con un escueto hasta pronto,
pero a cada estrella, el galán de fuego sí que besó,
prometiéndoles mil cosas... De ellas, nada sé yo.

En el puerto, a no mucha distancia de la playa,
a buen precio se vendían los huevos de caguama.
Ilegal era eso, pero algo de dinero la justicia calla
y así, nadie supo, nadie de eso dijo nunca nada.

Pasado el día, todavía en el cielo, pero casi de retirada,
el astro rey era ya bien despedido por sonriente luna,
que un cuarto de queso gentilmente le obsequiaba;
nuevamente, las estrellas se encendían una por una.

Era ya noche con luna, mas no llena sino menguante,
en que las olas del mar, insistentes lavaban la playa.
El viento acariciaba melenas de palmeras vacilantes,
los luceros, muy vanidosos, en las aguas se miraban.

De las profundidades marinas, la caguama emergió,
dejándose envolver en el rumoroso vaiven de olas;
en ellas, iba y venía, hasta que por fin a la playa llegó,
para ir en busca de sus huevos, bastante presurosa.

¡Terrible, gran sorpresa fue la que entonces se llevó!
De las nuevas esperanzas de vida, no halló ninguna.
Un lastimero quejido, agudo, retumbó hasta el cielo;
era triste y conmovedor, era el llanto de la tortuga.

Pobrecita, todas sus esperanzas de vida hurtaron,
más de cien tortuguitas caguamas así se perdieron.
El ladrón de huevos, hasta hoy, nunca ha razonado
en que así, muchas especies ya desaparecieron.


Raff

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Publicado el: 01-11-2003
Última modificación: 31-10-2016



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