Estaba en una esquina de mi casa,
y volaron recuerdos de mi infancia,
unos pasando de largo y sin rumbo fijo,
otros clavándose sin pena en mi presente.
Entre ellos,
tu sonrisa acogedora,
tu maternal textura de mujer,
que prestaba sus brazos como cuna,
y donaba el amor a borbotones...
Siempre recuerdo que dormía,
con el suave mecer de tus canciones,
que los cuidados de seda y algodones,
me protegían del gélido miedo de la noche.
¡Madre del alma yo te extraño!
y siento tu ausencia como propia.
Yo que te vi bordar la miseria con tus manos, y como paloma herida,
recorrer las calles vacías en busca de trabajo, y llegar derrotada.
Yo que te vi con el aliento roto,
con la luz de tu alma hecha pedazos,
y los sueños marchitos,
y que el tiempo inmisericorde,
acorralaba tus encantos de mujer bella.
¿En que te convirtió aquel hombre?
¿Por que la paz no te asistió?
¿Por que maltrató tanto tu ternura?
Hoy yaces en la tumba del destino,
y ya no bordas rosas blancas, ni rojas,
ni tampoco amapolas, ni lirios...
ni aquellos pensamientos de color violeta.
¡Pero aquí estoy con mis versos, madre!
para recuperar la aurora de tu ser,
para decirte tantas cosas que se fueron,
que se fueron contigo y que no volverán,
que se quedaran en la tierra entre el polvo
cósmico que todo lo transforma.
Hoy me acordé de ti,
y el llanto quiso aflorar entre la niebla,
pero no lo dejaré que campe por sus anchas,
lo encerraré en un cuarto,
compraré rosas blancas,
y te las llevaré,
para que adornes en el cielo tus estancias.

Fernando Pérez.