Hay maneras de desatar la fantasía
Comer en el filo
De las sílabas
Y mutar el alfabeto
Tomándole el pelo a la luna
Desoyendo la intensidad
Con la que transpiran
Los que recrean en la plaza pública
Sus alocuciones gimnásticas
Hay otras formas más posibles
Leer sobre los tejados
Y desleer la memoria de los muertos
Cuando se bañan en vacíos inocuos
Pegar metáforas en los algoritmos
Y hacerlos volar a prueba de velocidad
Abrir los oídos y cerrar los ojos
Morder los cielos del cierzo
Y hacer de este tiempo
Refugio de incienso
Prolongar la lejanía
E invadirla con vientos impasibles
Para captar la imagen de los pájaros
En espejos
Hacer florecer el fuego rojo
En ráfagas azules
Y el sueño en vértigo y deseo
Hay otras formas tan sutiles como el aire
Girar sobre los alambres del crepúsculo
Volverse aprendiz de los bosques
Del escalofrío
Adivinar el secreto del mar
Que cabe en las pupilas
Desnudar el sentimiento
En el poseso pálpito de las abejas
Sentir que la eternidad tiene vitrales
De luciérnagas
Y ser cómplice de la vigilia
Que tose en el armario de los barcos
Saltar como la incandescencia del himeneo
“con una voz llena de eclipses y distancias”
saltar sobre la espiral del ruido
“soportar el mar que sube mudo a los labios”
dormir en el ápice de una hoja
hacer que la alegría prolongue los follajes
que el horizonte del poema sea océano
y navío
sea brasa
sea travesía que trasiegue el portento
y “una memoria como el aura del presagio”.
Barataria, 2003.

André Cruchaga