Te di la primavera de mis días
y te adoré sin artificio alguno,
para perderme luego entre la bruma
de aquellos siempre virginales besos.
Ambos pudimos resurgir ilesos
y aunque juntos caímos en abismos,
con ilusión te hundiste en los excesos
de mi océano de refulgente espuma.
Guarda el soneto palpitante y ciego
hoy en tu regazo y furtivamente
como prueba de que tu amor redime.
Lo pido, humilde y sensitivamente
y lo esbozo con calidad de ruego:
para esgrimirlo con amor sublime.
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