Como madreselva del agreste bosque
fuiste trepando cada poro de mi vida,
hasta penetrar como se mete el viento
y el sol del Sahara en las heridas.
Restañaste los tropiezos de mis noches
con el incienso de tu melancolía
y como una religiosa buena
perdonaste a este hombre que porfía.
Hoy, cuando han pasado los otoños
te veo tan hermosa como entonces
y bajo los peldaños tomado de tu mano.
De tu mano me iré, para surcar juntos
el mundo, en donde ayer te convertiste
en resplandor y dueña de mis días.
|