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Las tardes solariegas - Soneto III

Llegamos por fin al tálamo de amor
después de sinuoso y calamitoso viaje,
conduciendo por único equipaje
de Cuernavaca el aroma y su color.

Después, recibimos perplejos los maitines
de pájaros cantores y agoreros
y exigimos alimentos mañaneros
en un jardín de marmóreos serafines.

De repente, te desvaneciste toda
rodando tu cuerpo por el suelo
y buscando extraña un consuelo,

balbuceaste el nombre de tu madre.
Yo te abracé y te besé dormida
y así después nos envolvió la tarde.


Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 21-12-2003
Última modificación: 00-00-0000


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