Se iluminó la tarde con sus grises
en augustos aromas celestiales
enmarcando en tamaños abismales
las hundidas formas de tus cuencas, tristes.
Y luego, en mi corazón te hundiste
en busca de nuevos manantiales.
Las caléndulas durmiéronse en los aires
de mil noches, por lo que tú supiste.
Pero ese augurio se esfumó de pronto
al percibir el diapasón inerte
de una musa cargada de presagios,
y es que del color de tus helados labios
en aquel segundo que me causa espanto
sin piedad surgirás, inesperadamente.
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