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DISQUISIONES TRAS LA VENTANA

DISQUISIONES TRAS LA VENTANA

“No puedo dar más que amor y la limpia timidez que desde niño me acompaña”, dice en una de sus composiciones Manuel del Cabral. Esto es cierto en la medida que comparto su contenido y manera de ser y definirse. Yo, por supuesto, vivo como un niño que todo lo resume en fantasía y en viento y gaviotas. Mi universo es la simplicidad del campo, los pinares altos del sueño, el parpadeo del infinito.

Nada busco que no sea el dardo de la armonía palpitante, la raíz del aleteo. Aunque a veces esa realidad: Política, económica, social, etc. Me desasosiega. Sin embargo, ante tanta timidez que me escolta, busco el seno de los ríos, el halo del fuego y el sahumerio de los recuerdos. Así construyo mi entusiasmo enamorado como el milagro encarnado del alba en la diafanidad del corazón.

Para qué dar otra cosa que no sea amor, si es el esplendor más hermoso del alma, el cristal más intacto, el delirio más grande. Nada pasa cuando es luz. Nada pasa cuando se tiene como creación espontánea. Nada pasa cuando se instaura en la brillantez de los vitrales del alma, en el huerto inagotable de los afanes. Nada pasa cuando es tierra recién llovida y suena como una campana de semillas.

Pero no siempre es posible obviar la tozudez del entorno. Y más, si la timidez crece como el follaje. Allí es donde las palabras se vuelven lámparas perfectas, bullente esperanza, magia que celebro. Porque sólo ellas, refluyendo, me dan ―aquí y allá— la incandescencia del ciprés y la túnica del viento.

Andando por esta vida cruenta, la única moza que me acompaña —siempre ferviente y cristalina― es la poesía. Ella es espejo y fuego; marcha impaciente y sueño; el desafío ante la borrasca que hay que vencer. También deja cicatrices y heridas en el sueño. ¡Ah, esta timidez que me acompaña como arados de ocote bajo las raíces de una montaña espesísima!

A veces se agrietan los ojos de tanto ver los espectros hegemónicos del poder, la magnitud de la noche, la irreal señora de la burocracia. Todo ello me dice que ando entre una selva y que sólo soy un pájaro fugitivo que apenas atisba el misterio y el enigma de la vida. ¡Cuánta tristeza hay en esto! ¡Y cuánta timidez que me cuesta decir la palabra íntima!


André Cruchaga

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Publicado el: 29-12-2003
Última modificación: 00-00-0000


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