Paredes invisibles de condena,
va saltando en sueños
mi alma en pena,
intentando no quemar mi espíritu
con los fogones de la conciencia ,
atravieso muros que me tienen presa.
Abro mis ventanas carcomidas
y enmohecidas,
por el aliento que desprenden
los suspiros de penitencia,
sin que nadie me castigue
y harta de fustigarme,
en una arrodillada reverencia,
a mi propio reflejo
le pido ¡clemencia!.
Pues no era más que yo
quien alargaba esta estúpida sentencia.
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