Con la nieve sobre mis hombros
se ha cubierto la belleza de antaño,
demacrando las factibles sonrisas
instalando en mi jardín el otoño.
En mi piel desaparecieron las caricias
curtidas de inviernos y de veranos,
y ya en mí, el gran reloj retrocede
para vivir de los recuerdos lejanos.
Recuerdos desteñidos,
algunos desdibujados,
pues se rompe el firmamento
cuando lo miras entre llantos.
Pero hay imágenes nítidas
de cantos risueños y verde esplendor,
pues son las alegrías las que conservo
y las que me llenan de satisfacción.
Y ahora que llegué
al cambio de sentido del camino,
me acerco a la salida que conduce
a la “puerta eterna” de mi sino.
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