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México y España

PROEMIO

Vine hoy, sin rencores ni ficciones
a saldar la antigua deuda
de una plaza antaño conquistada,
a fundir en mis arterias y mis venas
el color de la alborada
con la cobriza sangre por siglos derramada.

Traigo tal vez el canto de los moros
y el surcar de "las piraguas traicioneras",
el semblante de la tez de barba hirsuta
y las plumas del trono del monarca azteca,
para sentarme en el palacio del Rey de Oros
a ver en la calle pasar a los señores
y en las avenidas las mestizas caras,
indígenas las muchas y las pocas muy hispanas.

Resuenan las gaitas y las chirimías
en los corazones de los nuevos mexicanos,
las marimbas tremolan en las selvas
y surcan por nuestras nobles manos
las guitarras españolas, y así nos vamos
ajustando a nuestras cosas los hoy hermanos.

I

Vine a atestiguar la fiesta mexicana
con su jarabe y sus notas tapatías,
el paso del Quijote y Sancho Panza
para ilustrar mis noches tan sombrías.

En la escuela me vestí de charro muchas veces
cuando di mis lecciones de historia, con certeza,
canté el himno mexicano, sin dobleces,
y los sábados bailé feliz la jota aragonesa.

Si a alguna Virgen quiero es a Guadalupe,
por ser con sus ojos negros y su tez morena
la primera cosa hermosa que de niño supe,
y en los toros, aprendí a conocer a Macarena.

Comí de Puebla, voraz, el exquisito mole
y deleiteme de pozol, de tacos, de fabadas,
de paella valenciana, del espeso atole
y ya no se diga de un buen plato de enchiladas.

Recorrí ansioso los verdes campos mexicanos
de norte a sur al ir con gozo y pleitesía,
imité a los andantes caballeros castellanos
y a los gitanos de la antigua Andalucía.

Hoy, mi aguerrida estirpe, nacida de dos razas
se aloja y vive entre el azul de dos océanos,
aunque distingue también como su casa
allende el mar, la de parientes no lejanos.

Somos el resultado de esas dos razas tan valiosas:
la azteca y la española, y a pesar de los pesares,
nos une y nos ata el calor de nuestras mutuas cosas
así tuviésemos de por medio a los siete mares.

Si en México estoy, de España quiero las delicias,
pero allá, en la península soñada, siempre anhelo
estar en tierra mexicana y recibir entonces las caricias
de su gente, de su ánima y de su amplio cielo.

¿Que un día peleamos y nos fuimos de las manos?
Es cosa por todos conocida y bien sabida,
que en este mundo reñimos mucho los hermanos
y en esas causas, a veces se nos va la vida.

II

Pero hoy, los dueños de su querida y grande casa,
del río Bravo hasta el Suchiate, lo dicen sin ninguna saña:
quieren poseer a nombre de nuestra mestiza raza
al río Duero, al Tajo y a toda nuestra amada España.

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Julio Serrano Castillejos

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Publicado el: 16-02-2004
Última modificación: 13-01-2006


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