A gritos te reclamaba
en un inaudito silencio,
necesitaba de tu llamada
y de tus suspiros, el aliento.
Mis fibras más sensibles
estaban al descubierto,
y pedían de tu ayuda
que ni se inmutó, de mi lamento.
¡Tanto es pedirle al cielo!
que se den cuenta de mi sufrimiento.
¡Tanto es pedirle a la vida!
un solo abrazo de sosiego.
Ahora me doy cuenta,
que han pasado mis días
cobijando las lágrimas del resto,
y las mías mientras tanto
siguen buscando algún puerto.
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