No dudo que veinte líneas han de ser suficientes,
obra bien quien aprende a respetar su espacio.
Mágico juego es éste de sujetarse a veinte,
abreviar el discurso sin que quede truncado;
saber desde el principio el fin que se persigue,
despejar los temores, alejar los fantasmas,
enarbolar la pluma de nuestro Word insigne,
venerar con el verso a Bill Gates desde el alma.
Entonces, veinte líneas suena a número áureo,
imposible es sentir cercado el infinito;
nace el verso y le da sentido al diccionario
tratando a la palabra como una madre al hijo.
Escribo cada verso pensando que hasta veinte
líneas puede tener el poema elegido.
Imploro inspiración y las musas al verme
navegan laboriosas cada verso que escribo.
Está cerca el final, se avista el horizonte,
anclo aquí y con mi espada he de grabar mi sello;
suman veinte los signos que conforman mi nombre,
con acento incluido: Daniel Adrián Madeiro.
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