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Vitral del vuelo

Vitral del vuelo

Un túnel hacia el infinito:
Oleaje de insomnios y chasquidos
Que en la montaña neural de la sique
Se ha ido formando
Como inmensas sábanas de musgo.


El aire rasga los párpados
Y penetra en el iris de las paredes
Es una niebla espesa
Como la evidencia del orgasmo.


Túneles donde se dispersan las pupilas
Y pestañea la clorofila inmaculada
Como si fuese el seno
Que cede su blanca parsimonia
Al hechizo de amamantar la trepidante vida.


El sueño tiene la dimensión de un fósforo encendido
Puede más el desafío de estar en pie
—vulnerando los barrotes—
que esa manera increible de osamentarias llamas.


Los hisopos destellantes de las luciérnagas
Parecen cristales:
Granizos de luz desmoronando su incandescencia
En el arpa gris de la noche
Allí atraviesan las llagas del balbuceo
Y el tejido fúnebre de los gusanos.


La madrugada me pone sobre láminas de zinc:
Ramas de inmensos candelabros
Donde el aserrín del cedro
Es pájaro moribundo:
Botella con la ilusión hirviente de lo descompuesto
De lo abismal y sepulcral.


Apenas sobrevive el sueño respiro luz.
La campana de la aurora nace en mi memoria
Luego como un racimo de pájaros
Desprende saliva sonora
Sobre los vitrales del campo.


Voy rompiendo aldabas inauditas:
El tobogán de las raíces
El orgasmo del primer vuelo deslumbrante
La noche cifrada en magnitudes escurridizas
Hasta que el infinito de la garganta
Gorjea en el misterio de la vida.

Reconozco, entre los vidrios de la ventana
Un túnel abismal de catapultas
El pensamiento las trasluce y las deslía
El pensamiento que sólo quiere esperanza.


El cierzo cae en las fauces del aire
Como la hoja menuda del conacaste negro
El fluir del anhelo es inmenso
Las astillas de la luz que hacen contacto con mi carne
Las quiero evitar de mis celosías óseas
Para no gozar de su severidad punzante.


Entre cuatro paredes desperezo mi caligrafía
Vivo la sombra. La tiranía de la cal en los sentidos
Los rizos del bambú con su letanía de nudos
El ritual del ajo y su exorcisante olor
Y la visión incendiaria del achiote
Vivo en el vapor de las mortajas
Sobresintiendo huestes de lámparas y campanas.

Me detengo en el quicio de opacas cortinas
Mientras en los laureles:
—catedrales de mi aspiración vegetal—
hay una sombra funeral
como el espíritu de una saeta.


Escribir siempre es una aventura
En el lomo de una golondrina:
El columpio de las alas el plumaje:
Papeles que guardan el espejo de la caligrafía
En las ramas más delirantes del infinito
Escribir es como ir resucitando
De una marea de huesos de invisible celofán.


El invierno se cuela por las ventanas
Atascado de pequeños ríos y follaje irisado
Todo parece fabuloso en este ejercicio ascendente
De ir inventado la simetría
Forestal de la aurora
Que viene en la travesía del litoral
Prestigioso del esplendor
Con esta percepción multiplico las alfombras de la luz
Y las razones brillan con extendida embriaguez.


El invierno es como esa miel
Obsesa de los chumelos:
Crece y arde en el follaje:
Ciego sin embargo con sus ojos de vidrio
Fuimos dos manos acechantes en la infancia
Tras su enigma de parafina interrogante
Fuimos —digo con halo casi instintivo—
Un susurro en la artillería verde del follaje.


Cuanto digo el tiempo lo ahoga:
Mi desnudez masculina
La trementina tras los ojos de la lluvia
La bondad sin reposo, la ternura
La esperanza con labios de turquesa
Cuanto digo: —mis propias cavilaciones—
Son sólo las raíces de la soledad
Que se están rehaciendo
En el arca de un nuevo suspiro.


De sombra y luz se hizo el día:
—pájaros insurgentes de gemela transfiguración—
que el tiempo disemina
con los remos circulares de su parabrisas
Surgió como un bebé o pájaro intrépido
Después se ha ido conformando
En la piel de cada hombre
Como una red de fugaces sueños.


Duermo entre férreas camelias
Como si se tratara de amalgamar los olores
De la integridad humana
Duemo pero es el sueño premonitorio
De la luz o el rayo incandescente
Del imperio del fuego que galopa con su vestidura
De la hoguera que transparenta
El nimbo de una cítara con mariposas.


Sucede que la sangre acecha
Como una sábana de huracanado rocío.
Es como el tumbo desnudo
De penetrantes veraneras.
Es como el día o la noche que navegan
En el temblor del mar que abren las espigas
Del generoso y reverberante cereal cósmico.


El espíritu es una gota de impaciencias
—memoria y cuerpo de tórridas abejas—
que va llenando su congoja
de cierta incendiaria flora.
Entre luz y sombra hay una sed
Por el rocío genital de las rendijas
Hasta que nada agoniza
Y la desnudez trepida como el aire.


El vuelo surgió de una voz silenciosa
De los osarios errantes del follaje
De las espumas profundas de la audacia
Allí anduve en su duro transcurrir
Hasta que una barca de fósforos:
—instantánea y breve—
espació las premoniciones
de los espectros ígneos de las alas.


La luz se hizo de una claridad iluminada
Fue subiendo como la espiga del maíz
Hasta las sienes
Y allí fructificó con dolor y anhelos
Con sueño y perseverancia
Hasta erguirse en las plumas de una palmera
Y cruzar victoriosa
La espuma celeste del espacio.


La mañana es el vitral que persigo:
—banquete de cierzo y esplendor—
en este tiempo que vaporoso envejece
El invierno ha sido el semen
Errante para los árboles:
Íntimo fluido de violines
Que la naturaleza bebe
Para abrir sus ojos verdes.


Del ejercicio casi agónico
Se desprende la enredadera del alfabeto
Es como la herida que no sana:
—sangre iluminada y latidos—
que van extendiéndose como raíz subterránea
Es como si el corazón se fuera rehaciendo
En el profundo paladar de la memoria
Es en fin como ese sueño persistente
Que emerge desde el fondo del silencio.


En el vuelo hay un crepitar insistente
De grito silencioso
Inestable y premonitorio
Que la desnudez absorbe en su jadeo
Y todo porque en él existe el misterio
De las vías aéreas que peregrinan
En el follaje etéreo del firmamento.


André Cruchaga

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Publicado el: 06-05-2004
Última modificación: 00-00-0000


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