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Alejandra. con cámara web al fondo



A Alejandra Pizarnik,
Entrañablemente humana.

Mire usted con su silencio
Vagando por las calles de París,
Mostrando ojos de fatiga
Y viendo en negro las ventanas
De su infancia difusa
En el Buenos Aires de Gardel, Borges y Cortázar.
Qué puedo decirle sobre Los trabajos y las noches:
Tierra al fin, carne, luz, césped donde usted reposa;
Laberinto de siempre, astro de presagios.
Seguramente cuando escribió: Extracción
De la piedra de la locura, El Infierno musical
Y La Condesa sangrienta, no sólo veía la espada del dolor
Erguida en su cárcel, sino el vino agrio
De su infancia muerta.
No sé si su tartamudez ha sido una patología
Y eso la ha hecho sentirse La tierra más ajena;
Lo cierto es que ha vivido un misterio inagotable
Del tamaño que dan los analgésicos y las anfetaminas.
Tiernamente la recuerdo en La última inocencia:
Su boca confundida y los suspiros en las manos;
Me duele verla mordida por el mar,
Detrás del aire con monstruos al acecho.
Antes de dejarla de ver, pienso en su corta vida,
Su silencio, extrañamiento, desamparo y exilio en casa.
No sé qué gaviotas gimen en su pecho
Y qué tipo de peces huidizos recorren sus labios.
Ojalá encuentre ese rostro que no encuentra
En la hojarasca sepia de los árboles
Y en su sed de siempre. Es decir, en su duro pan de noche, junto al rumor de la fuga.


André Cruchaga

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Publicado el: 01-06-2005
Última modificación: 00-00-0000


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