Al poeta Jorge Luis Borges
En los tableros de ajedrez aprendió a descifrar
Las paradojas de Zenón de Elea;
En la hoguera de los silencios a Mauthner,
De Quencey, Chesterton y a media voz a Spinosa.
Nadie jugó con la amorosa transparencia de las ventanas,
Ni con ángeles torturados por las nubes.
Nadie, antes, subió a los pájaros de la luz
Y supo de las grietas del sabor sobre la lluvia.
Nadie nombró ávidamente el rumor de las ausencias.
Nadie armó paraísos de luces extrañas.
Nadie platicó con la timidez en un país de albas grises.
Sólo usted, poeta, escribió palabras sobre el muro
Mutilado de la garganta y las noches eternas.
Sólo usted, poeta, habló y se escuchó siempre.
Sólo usted hizo largos itinerarios por el viento
Y asumió que las distancias son como la mesa vacía.
Sólo usted vio las sombras con mil palabras
Y jadeó junto a los hilos desgarrados de la esfinge.
Sólo usted creó un espejo entre usted y yo:
Espejo invisible en un lugar de invocaciones.
Sólo usted entre el pétalo de vitrales verdes.
Sólo usted perdido en su mirada muerta.
Sólo usted y esa rosa que Milton acercó a su cara
Para hacer de ella carne viva y rostro del sueño.
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