Al poeta Paul Eluard
Aunque usted no lo crea, lo conocí en casa de Neruda.
Alba de las tumbas. Papel de las libertades.
Magma desnudo en el espectro de los árboles;
Espejo de los días en las manías de Max Ernst;
Conversación de la muerte con los corderos de Picasso;
Georges Braque desde siempre entre jarros y violines;
Juan Gris desollando fruteros
Para beber la sal del crepúsculo
Frente al enigma de los búhos que transforman el misterio.
Y la poesía ahí, siempre espejo. No azar.
Sino fuego de la desnudez, redonda poesía del mundo.
Entre el sordo y el ciego, hay un juego sutil
De la vida: a uno le falta el crepúsculo;
Al otro, la música del mar.
El uno le sonríe al viento; el otro, no sabe cómo ascender.
A unos y otros los come la angustia;
El hilo de las puertas se rompe
Y huye el ojo de las sombras de las ventanas.
Huye también el suspiro y la palabra:
Serpientes en los sueños con las cortinas de sus lenguas:
Sombras, en fin, los días y el grito del viento en la memoria.
Capital del dolor siempre todos los días
Soñando con espadas: materia del dolor
Estos días, la imagen de uno persiguiendo una sílaba,
El vampiro del alfabeto orinándose en catacumbas,
El poema sobre una herida. El poema de siempre
Croando en la ceniza de un marlboro:
La página hecha cadáver; la tinta, esa mujer
Salida de las Señoritas de Avignon…
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