Me ahogué en sollozos
cansado de quererte tanto
y al sentir mis ojos
curtidos por el llanto,
subí al pináculo
de tus arduas penas.
Fue en la tarde
más blanca y candorosa,
cuando pusiste
en mis mejillas
tus manos temblorosas
y en tu boca,
las palabras tristes
de una despedida
fugaz y caprichosa.
Fue en la tarde
de todos mis pesares,
al guarecerse el sol
entre pinares
y en el limbo
de aquellas mis angustias.
Entonces, te besé
en la fretente y tú
me diste con tu encanto
la pasión, la vida,
la ilusión enternecida
y al fin de todo
mis risas y mi llanto,
y por último
el miedo de perderte.
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