Se puso de perfil la dulce novia
ante el incauto y núbil mozalbete,
para pedir un beso en el cachete
y remediar su pasional euforia.
Pero aquel joven le tomó los brazos
y la subió al quicio de la puerta,
y en la calle, por cierto ya desierta,
le puso en las mejillas dos manazos.
Y hoy cuentan los vecinos perdularios
una historia absurda y pesarosa,
pues resulta que la supuesta rosa
era hombre y campeón de los corsarios.
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