En la nocturna piel de aquella tarde,
las intestinas luchas presintieron,
la amarga melodía del castigo,
el turno encarcelado del destino.
Pero en mi mente una espiral de fuego,
recorrió esa parte del llanto que fenece,
y que entre rostros desolados acontece,
la palabra que en la virtud nunca obscurece.
Y tras el muro y la debacle mi corazón suspira
reclamando que el odio sin pausa se retire,
hasta el recóndito lugar de la partida.
No fueron dos tan sólo los ausentes,
ni cabalgaron entre rejas los amores,
para volver a los tristes mares de colores
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