Una noche,
sin quererlo abrí mis manos,
de cada yema escaparon, caudalosas,
las palabras de mi.
No pude, no supe detenerlas,
simplemente liberé unas lágrimas
ofrendándolas sobre el altar de mi cuerpo
sin ser oído favorablemente por dios alguno.
Y hoy,
también de noche,
encuentro encerrados en mi pecho, encadenados,
un puñado de sentimientos que no logro liberar,
mucho menos aun expresar,
solo esta pena esclava...
herida bajo poderosos grilletes…
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