En silencio el pensamiento me alejaba,
del sentimiento de amor que se moría,
como náufrago perdido entre las aguas,
de los llantos y las penas de la vida.
¡Oh Dios! Dile que venga ya,
que me llene de besos y caricias,
y sino esperaré a que la muerte
envuelva con su manto esta herida.
Arrancaré una rosa con mis manos,
del jardín amante de la vida,
y corra la sangre por mis manos,
al clavarse en ellas sus espinas.
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