Sin amores, sin cuna y bendecida
de sólo meditar rindió su cuita
y polvosa la pobre Margarita
sus pétalos dobló, cayó dormida.
Pero la flor no estaba así vencida
ni era sombra jamás, y ya proscrita
a la tierra volvió con faz marchita
y en albo manto coronó su vida.
Quiso entonces la pobre flor inerte
copiar el iris de la blanca luna,
la suave brisa que nos da la noche,
de la ruleta la cambiante suerte,
de las marismas la silente bruma
y de la Virgen su radiante broche.
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