En el anochecido pueblo solo, ése que no existe,
vas a ensayarte bajo mi piel, con polvo de oro,
bajo otro cielo donde brevemente me transformo,
en presencia de fantasmas, entre setos y colinas.
La casa está iluminada y el reloj está en vela,
mientras la cruel madrugada, hora tras hora, vuela.
Frente al espejo, salimos ya decididos al insomnio.
Somos garzas en desliz, en dorado término medio.
El cuarto cruje sin la profundidad del sueño,
con nacimientos y renacimientos y alas en asalto,
que caen como centavos que se van desdibujando.
Quieres ser recién nacida y recobramos el día.
Quiero al mundo así, en un dorado término medio,
con gritos de muchachas en el mes más bello,
ése que muere a diario, que no da para mucho,
con las mutaciones y las melodías del hoy perfecto.
Con garzas en desliz sin profundidad de sueño,
frente al espejo de la noche y de los recuerdos,
en la cruel madrugada que hora por hora vuela
y que en tu almohada hace las veces de reina.
El mundo entre tus libros, con un reloj en vela,
con la casa iluminada entre setos y suaves colinas,
con lo que sueñas, entre márgenes de vientos
hacia altísimas nubes, en nacimientos y renacimientos.
Quiero el mundo bajo el humo de tus rojas flores,
con alas en asalto por las que el cuarto cruje,
con la poesía nueva de la que no nos olvidamos,
en nuestra jornada de olas agitadas y desenvueltas.
Vamos a explorar tinieblas sólo con palabras,
a rayar el día con polvo de oro sumiso y vigilante,
en este maravilloso sueño breve con olor a viejo,
en el que me estoy hundiendo, como un barco.
Quiero al mundo con pluviales hojas enjambradas,
por centellas sucesivas al palpitar las sienes,
con un reloj en vela entre tus añejos libros,
donde la cruel madrugada, hora tras hora, vuela.
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