Llevabas bien puesta la camisa,
tortuosa tarde de tu andar sereno
y así esculpido el insinuante seno
crispaba de rubor la piel sumisa.
Ibas radiante tú, camino a misa,
volando entre el pasto y entre el heno
y en tu cara lucías el veneno
de una espléndida y mística sonrisa.
Tu regio paso con el cual humillas
a los hombres postrados de rodillas
lució su rigidez pecaminosa.
La luna te prestó sus amplios cuernos
y así me condujiste a los infiernos
de un duro corazón… parsimoniosa.
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