Dejé fluir mi rio,
por su cauce conocido,
dando vida a su paso,
para regresar despacio.
Regreso a la calma deseada,
y se secó mi lágrima,
que sin permiso asomaba,
por mi mejilla muy ávida.
Decidí en segundos,
hacerme de nuevo a la mar,
elevar una vez mas el ancla,
y así, ver a mi barca zarpar.
Sin importar como esté
la mar de serena o brava,
he de seguir navegando,
aunque se vaya hudiendo,
la mantendré a flote,
hasta que no quede nada.
Acabé dándole gracias,
por su ayuda, su luz,
y para mis adentros,
se me llevó el viento.
Su coraje en decirme
"adios" a mi me valió,
me dije: es lo que hay,
o lo coges o lo dejas,
luego no te lamentes,
luego no valen quejas.
Y decidi zambullirme,
en el agua clara,
vivir el torrente
de la agreste montaña.
Sentir la vida,
en cada señal que pasa,
aporvechar el instante,
no dejarlo para mañana.
Tender puentes de plata,
puentes con la palabra,
a pesar de la distancia,
palabras que te hablan,
el corazón que rie y calla.
Como oásis de esta noche,
o lluvia de cataráta,
es el fruto de cuanto analicé
tras nuestra peculiar charla.
Es ahí donde me nutro,
crezco sin tener que dar nada,
con solo estar, escuchar,
saber luego aplicar la palabra,
seguir volando como gaviota,
bajo una luz diáfana.
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