Sin una promesa,
bebimos los besos,
de una caricia,
nos bañamos los dos.
Como los cuerpos
entregados al cielo,
era un misterio,
era un adiós.
Era un incendio,
tu piel y mis labios,
ardientes y sábios,
de honda pasión.
Sin detenerse,
sin respirar,
toda la entrega
el alma aguanta,
sin descansar.
Solo mi pelo,
vestía la noche,
y mi deseo
te hacía vibrar,
entre silencios
y los susurros,
entre las sombras,
tu palpitar.
|