Escribo el verso azul en la floresta
y canto a la canción del rito inquieto,
poniendo en el portón el nuevo veto
del marco insustancial de tanta fiesta.
Reduzco el requiescat, hoy con respeto,
de aquella nublazón, la núbil gesta,
para poner ardor, en tanto ésta
mi diosa del amor acepta el reto.
Y vuelve el frenesí solaz y amargo
a dar al receptor la suave prisa,
la espada del rabí, doliente alma.
Se pone el corazón ya sin embargo
al servicio yaciente de la brisa:
navego el Rubicón con nívea calma.
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