Se juntaron los días y en tantos años
formaron lustros y después decenas
de infaustos y crueles desengaños,
de torres de dolor y sus almenas.
Pero viví solemne, sin angustias.
Caídas y tropiezos, mi alimento,
logré resplandecer en tardes mustias…
con tristezas forjé mis pensamientos.
Aprendí de mis fallas, de lo errado,
de los vivos y todos los difuntos,
no lloré al sentirme derribado
y gané sin malicia mis asuntos.
Setenta años se antojan como herida
de un huracán del tiempo y de la nada,
la suerte es la corola de una vida,
sus pétalos mi savia ilusionada.
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