Acabado el sentido de mi vida
mis vértebras lumbares protestaban
ante cualquier autónomo movimiento impulsivo.
Se abrió la puerta.
Las horizontales tiras
del policromado y jubilado sofá
respondieron al unísono
sacándome de su amancebamiento.
Entró ella, creyendo que colocaba
la cesta fuera de mi vista.
Hermosa, cautivadora,
avanzó hacia mí.
Mis ojos cerrados la engañaron,
y sus juveniles dedos acariciaron
con amor mis sienes
despejadas de negro y sueños.
Sus labios me besaron peligrosamente
la frente, las mejillas y los labios
haciéndome olvidar esos años
de inexistente desamor
abonado por el silencio.
Siempre la amé.
Ella también me amaba.
A su ida,abrí los ojos
y la cesta seguía allí
con un papel que decía:
" Papá, es mi hijo. Cuídalo. Volveré
en una hora.
¡Estás muy bien!....
Amanda"
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