Cuajó la tarde sus sombreados grises
y de tu franca escencia omnipresente,
cuando surgiste tú muy suavemente
con tu encanto, tu luz y tus matices.
Me diste la razón y sin deslices
me miraste delante de la gente,
con aroma de amor intransigente
y fuimos desde entonces tan felices.
Y dimos en vivir aquél momento
de una tarde tan llena de rituales
viendo nacer nuestra ilusión devota.
En tu seno guardaste el sentimiento
forjando de tu honor los manantiales
al sembrar tu pasión en cada gota.
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