Los números son como las
palabras, fugaces y altaneros,
ásperos con los pobres
y audaces en las cuentas bancarias
de los eternamente ricos.
Se escriben mejor con un
signo de pesos a la hora de la verdad
y así limpian conciencias.
Pitágoras los introdujo al aroma de las días
e hizo de ellos luz y sombra.
Para Dios no cuentan pues mide el tiempo
por bondades y malas acciones.
Los romanos los escribieron
en los calendarios pero los árabes en
los pozos petroleros.
Los mayas se sirvieron
de ellos para medir al universo
y los yanquis para tasar
el valor de las propinas.
Los números son inmensos y eternos,
inconmesurablemente bellos
y a veces demasiado amargos.
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