De la dama, sus transpirados admiradores,
con métodos poco ortodoxos, pedían favores a canjear,
momentos de placidez desencajados, sin rubores,
sin legión de ángeles cuidadosos en el rezar.
Ella, como un pecado mortal de malos presagios,
hábil y profesional en calumniar y difamar,
de perfumes extravagantes y caros, de rojos labios,
juró no olvidar los desafíos, vengarse y matar.
¿Es que acaso tú no lees los periódicos?
En el lugar menos pensado y en silencio,
con una navaja la dama se volvió un mito:
los mató uno a uno, despacio, muy lento.
Drásticas y contundentes críticas la mujer recibió.
La policía husmeó muy insistente su paradero,
preguntando aquí y allá, pero nadie nada vio,
predominando el misterio y un desconcierto entero.
Todos ignoran de la dama sus raros conocimientos
y hay quien teme hallarla de repente en la ciudad.
Quizás fue espejismo de un puñado o de cientos,
pero ya más de uno, no se deja ahora de cuidar.
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