En tu exquisita madurez rumbosa
de tus ardores siempre tan febriles
cayó tu candidez como una rosa.
Pusiéronse a mis pies tus veinte abriles
en esas fiestas de pesares ciertos
en honor a tus fastos juveniles.
Serenos vi tus ojos, siempre abiertos
a mis besos de tonos delirantes
con el calor de todos los desiertos.
Fogosas, estuvieron muy cimbreantes
mis manos con las yemas encendidas
y el responso cansino de los huertos.
Así recordaré tus mil naufragios
y los pecados de todas tus primicias,
en el jardín de aquellos mis presagios.
Humilde rendiré las cien caricias
de mi vida sentida y trashumante
en el altar de amores y delicias.
Evoco tus mirares, taciturno
y fiel rondín de todos mis halagos,
para caer con el pesar nocturno
como cisne que vuela por los lagos.
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