La luz se apagó dentro de sus párpados,
Aquel purpúreo calor pasó a gélido azabache.
No fueron los sentimientos los culpables
Sino los males reales de su afanosa vida.
Sus esfuerzos notables por la familia,
Por la solidaridad, por la obsoleta libertad,
Provocaron su debilitación progresiva,
Su definitiva y fatal caída.
Y así terminó una gran vida,
Una historia fantásticamente inédita,
Sencillamente común en esta patria,
Una ausencia más en la biblioteca.
Sí todos los personajes de la guerra,
Mujeres, infantes y soldados,
Contarán hoy su cruel existencia,
No habría tantos oídos para ellos.
Sólo el mar, el río, la naturaleza,
Se quedan con los ecos doloridos
De estas almas descompuestas
Que seguirán llorando en el infinito.
¿Quién comprende los nuevos avatares
sin recordar aquellos andares del dolor,
de la sangre por las calles,
del caballo armado del terror?
Cuando mañana amanezca de nuevo,
Esta música lastimera de mis versos
Sonará lejana y hasta bella
Para los oídos ajenos.
No puedo terminar y termino,
No puedo olvidar y olvido,
No puedo reír y río,
No puedo y puedo, amigo.
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