Una tarde en la laguna
te vi vestida de encajes,
tu sombra era de magia
tus ojos eran tan grandes.
Se te abrieron como flores
los labios color granate
y los sentí muy brillantes
como un diamante de sangre.
El sol crispaba sus luces
en esa serena tarde,
las hojas con sus matices
del color de tus penares.
Tomé tu mano gitana
cinco lirios bajo un guante
y besé de uno en uno
aquellos dedos tan suaves.
Luego sentados muy juntos
y tú tomando mi talle,
a la Virgen le dijiste:
¡Señora de mis pesares..!
Tu me diste con tus labios
las alondras abismales,
yo te di con los míos
el beso de aquella tarde.
De tal manera pudimos
en tu realeza de encaje
parecernos a la lluvia
como al filo de un alfanje.
Me miraste de reojo
con esa mirada que arde
y me dijiste, gitana,
que te angustiaban mis males.
Te quise siempre… moruna,
con este amor que es tan grande
y te di mi corazón
bañado siempre en mi sangre.
No cabemos ya los dos
en este mundo cobarde
y puedes con tu perfidia
o tu desdén… ya matarme.
No volveré a la laguna
nunca más en una tarde
ni a tu regazo dormido
ni a mirar el almanaque,
pues te has prendido al desprecio
como si fuese yo...nadie
y sencillamente no eres
mi gitana... la de antes.
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