Fue aquel un sembrador de mares,
de lunas púdicas y blancas,
entre montes azules, cubiertos
de vientos y de presagios nuevos.
Un sembrador omnipotente y sin fin…
Sembró el tiempo, las mareas
que bañan los acantilados
y las dunas mustias de las tardes.
En el cielo, en la tierra magra
y en las aguas con su mano dibujó
las velas fantasmales de sus naves,
además, hizo el añil del cosmos,
Puso en su sitio las estrellas,
y con los cometas se lavó las manos.
Con una gigante súper nova
forjó la luz de todos los soles.
Fue incansable sembrador de amor
y de nostalgias, tejedor de sentimientos,
del liquen de las rocas, de las brumas
y de la gota incansable de las aguas.
Fue ayer y es hoy la luz del mundo.
Con su túnica y su imagen
nos dio consuelo este sembrador,
herrero divino de lo eterno,
artesano del Cielo entre la fronda.
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