Sus amigos se acercaron corriendo ,
se acercaron riendo, cantando.
La tarde tenía tono de sábado,
de colores vivos en luz acaramelada.
Aquellos ojos contenían la felicidad,
la que otorga la inocencia, la intuición,
la ilusión de una larguísima vida.
Su sonrisa, la de pintor ante la belleza,
el sabor de deliciosa crema de cacao.
Todo, hasta su propio sudor,
hasta sus propios churretes,
suponían agradables percepciones.
Su futuro era el siguiente minuto,
el siguiente y nuevo acontecer,
la próxima lección del libro de la vida.
Después de celebrar conquistas,
de jugar interminablemente,
de repetir las mismas canciones,
de convivir con los perros,
después de disfrutar de la calle,
de la vida que se les ofrecía:
Su hogar, territorio franco, el amor,
la protección contra la inédita noche.
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