A menudo reprocho no sentirme
el dueño de mi cuerpo para nada,
haciendo mi camino de pasada
un atajo, capaz de permitirme
llevar con dignidad y sin herirme,
esa vida feliz y tan soñada,
que una vez resultó tan apreciada
desde donde ni en broma quiero irme.
Pero entre tanto vértigo y ardor,
el cerebro elucubra sus historias,
su estado permanente de ansiedad,
mientras mi instinto sea el conductor
abriendo como flores sus victorias
y haciendo del esfuerzo la amistad.
|