Sábelo bien, milenio de saudades,
que el mundo corre loco y pervertido
hacia la luz de negras claridades
en la busca –tal vez- de tu gemido.
Sea entonces tu clamor un pez herido
o un venado rumiando soledades,
la simiente de Dios tan sólo ha sido
donde rugen las fieras tempestades.
Los polos se derriten sin tu frío,
los mares se enfurecen en sus olas
y arrasan el doliente caserío.
Sea pues la paz del regio sembradío
la inflorescencia de mis tardes solas
y las voces de un nuevo griterío.
|