Yo puedo escribir esto.
Pero, ¿sabes algo?, podría suceder que no pudiera.
Si a poco de sentarme ante el teclado para intentar expresar mi pensamiento una daga se enterrara en mi espalda o una bala me atravesara el cráneo, yo no podría hacer nada.
Esto, no lo habría escrito jamás.
Nadie llegaría a saber de este pensamiento mío.
Sucede que esto: que yo escriba o lea, haga o deje de hacer, es una actividad posible en tanto que estoy vivo.
Es así. Por supuesto, también para ti.
Y suponiendo que otros puedan escribir exactamente lo mismo que yo, o leer lo mismo, o hacer o no hacer, esa sería, no obstante, su actividad. Nunca la mía sino la de ellos.
Si tú y yo decidiéramos (y pudiéramos) crear las mismas cosas simultáneamente y con un grado de igualdad cargado de perfección, pasaría lo mismo.
Lo tuyo, aunque igual a lo mío, sería tu obra, y lo mío, aunque igual a lo tuyo, sería mi obra.
Y esta introducción sólo pretende mostrar, de manera sencilla, que la obra de los seres humanos, aunque idéntica, siempre es personal, única, irrepetible.
Esto es así porque cada ser humano, cada persona es única e irrepetible.
No importa que puedan clonar. Nadie será como Tú y nadie podrá ser Tú.
Eres único aunque miles o millones de espejos genéticos llamados clones quieran engañarte.
También esto hace evidente que toda obra es fruto de la vida, de los vivos, jamás posible para los muertos.
Somos únicos e irrepetibles.
Nadie puede hacer lo que hacemos como lo hacemos, pensar como pensamos, sentir como sentimos, amar como amamos, vivir como vivimos.
Somos únicos, nunca podrá haber otro igual a nosotros.
Y cuando dije al principio que nadie sino sólo yo puedo escribir esto, no fue creyéndome especialmente dotado para hacerlo ni mucho menos, sino por las razones hasta aquí vistas: que toda obra es única porque cada uno de nosotros lo es también.
Y allí hice referencia a la muerte como una causa poderosa e irresoluble que me impediría escribirlo.
La muerte, sí, la muerte, me arrancaría “para siempre” la posibilidad de manifestar mi ser en el hacer o el no hacer.
Y a partir de los puntos expresados podemos resumir lo siguiente: Yo disfruto del don de la vida porque nada ni nadie me la ha quitado aún.
Con mi muerte yo y sólo yo dejaría de existir.
Porque cuando alguien muere, muere alguien que nunca más se repetirá.
Hasta donde podemos saberlo, pasamos una sola vez por esta vida.
Si porque estoy vivo es que puedo escribir esto y si me mataran, por ejemplo, no podría hacerlo, y siendo esta escritura algo que sólo puedo hacer yo como una de las formas a través de las cuales “soy”, entonces si mis padres, a poco de gestarme me hubieran matado dentro del seno materno, entonces yo y sólo yo jamás hubiera tenido la oportunidad de la vida en este mundo. Habría perdido la oportunidad de escribir esto.
El que yo soy hoy, un hombre de cincuenta años, con una familia, con sueños, agradecido a la vida, este que te escribe, primero fue un único e irrepetible embrión y un feto y un bebé.
Si me mataran ahora mismo, yo dejaría de existir.
Si me hubieran matado en el seno de mi madre, yo, no otra cosa sino yo, Daniel Adrián Madeiro, el que ahora escribe esto, habría muerto.
Si eso te hubiera pasado a Ti, no estarías leyéndome.
Ambos nos habríamos perdido, irremediablemente, la belleza de esta vida, la oportunidad de cada día.
Daniel Adrián Madeiro
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