Es otra vez la lluvia y sus guerreros
sobre un abril de cornisas en silencio.
Otra vez en el humo de la tarde
un llanto de árbol acerca sus dolores.

¿Dónde quedaron los sexos coloridos,
la olorosa imagen del amor y los sauces?

Quise hablar de la vida, de su enjambre,
de sus puñales duros como lágrimas secas.

Quise nombrar los niños que comulgan la pampa,
un patio con su parra y ruda y hierbabuena.

Quise un poema fulgente de la patria
para cantar su nombre junto a mujeres hondas
cocinando amapolas en el puchero nuestro
de cada mediodía...

Pero gime la noche su más cuerudo frío.
El dientudo caballo de la luna
rumia escépticamente nuestros pobres amores.

Alguien está pensando los funerales de su nombre,
su sólo sombra, su duelo al infinito
la tarde donde sangran los pies su rayadura.

Alguien rueda, resbala en su barro más propio,
en su copiosa lágrima.

No vengan a nombrarme la esperanza,
no vengan a decirme del amor:
sus blandas caracolas,
su perfumado terciopelo.

Reinventemos el odio,
su hueso de más garfio,
su espina de más sangre,
porque allí está la vida,
su diástole de fuerza,
su sístole cuchillo
donde sueña la luna.
Rescatemos el odio:
es una gran bandera,
y tiene que servirnos
para que nadie
se acostumbre a la tristeza.

(De "El Escriba de los Epitafios" 1990)

César "León" Vargas