De piedras he vestido mi cuerpo,
rocas
refractando pálido calor
un día
fue un ardor intenso frente a los ojos de noche en esa mujer de miel,
hoy desorientado en el tiempo que ha fugado de mis manos,
esparzo el polvo de mis pies gastados,
regándolos con la humedad que evapora mi fe,
desconociendo en mi perdida tenacidad,
el reflejo opaco, indefinido,
de arrugas que surcan mis extremos,
cuanto extraño la sonrisa en la mirada chispeante que animaba mi paso,
trato de erguir mi cuerpo,
si acaso mis tendones pueden lograrlo,
enfrentar el presente de yemas carcomidas,
lijando lo inevitable,
en el palidecer de mis sarmientos,
y mis brotes marchitados sin los suspiros agitados de la esperanza
clamo por el vestido de la muerte.
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