Se puso el pentagrama de tu cielo
al servicio de aquellos tus asombros,
dejando en el rincón de los escombros
las nubes enfermizas de mi celo.
Luego surgiste con nimbado velo
en suave brisa de tus dulces hombros
y voluta que guardas tras los biombos,
cascada negra de tu hirsuto pelo.
Al fin de tan graciosos escarceos
de aquél impulso que tan bien te sabes,
vi un terso amanecer… tal vez infausto.
Vertiste en el jardín de los deseos
la alquimia codiciada de tus naves
llevándome a gozar del holocausto.
|