En mis entrañas guardo aquel dolor
lejano y más como la propia infancia,
que siento tan salvaje en la distancia,
apenas si recuerdo su amargor.
Pero jamás el cuerpo luchador,
por mucho que supere la ignorancia
y admita sin temor la tolerancia,
podría despreciar su pundonor.
Desde el fondo de mí me observo quedo
y pensando perplejo me pregunto
cómo pude admitir salvaje trato
sin que mandara semejante credo
tan lejos de mi alcance en su conjunto
que me evitase un malvivir ingrato.
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