En la loca ilusión del desvarío,
la fe convulsa de mi amor pagano
surgió de pronto como raudo rio
en la vertiente del rumor lejano.
Y quiso sin razón, sin albedrío,
cerrar la herida del candor profano
en la cumbre de agreste monterio
y en las caricias de tu blanca mano.
Fue el calor de la luz y la vertiente,
la montaña y del agua su corriente
como el eco fugaz de un suave grito.
Cayose la ilusión arrodillada
y una mujer de nuevo enamorada
besó mi frente con rubor bendito.
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