Se puso el carmesí de mis rubores
al rojo vivo de tu sol brillante
y perfilado sobre el blanco guante
el rictus de tus labios turbadores.
En la luz de tus ojos soñadores
brilló la tarde con pesar menguante
y en el enigma de tu ser distante
tus playas conquisté y con honores.
Sí, era el carmesí del sol poniente,
el rojo franco, el humor hiriente,
el encanto de místicos candores.
Los pasos cadenciosos, los rituales
de las almas limpias, patriarcales,
y la llama de dioses y señores.
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