no te robes mi muerte otra vez, intransitable río
jamás, deja que muera una vez más, sólo una
que suba herido al portal donde estuve antes
de nacer tan estrepitosamente, sin decir nada
vida fugitiva que fue sólo un partir de la nada
en dirección contraria hacia un algo extraño y amable
no te me despojes de mi parte de la ausencia
en ese reparto anónimo que se destroza al tocarme
vida, siempre tan ajena me fuiste y hoy, justo ahora
te me robas lo único que pensé un regalo tan mío
retahíla itinerante marcada en cada surco sudoroso
no hagas eco de aquellos silencios tan habitados
de esas voces rabiosas que reclaman tu presencia

algo donde convergen la luz más clara y la oscuridad
plena, tangible y olorosa como la humedad del día
desde donde veo las distancias y su ondular caminata
un instante lo es todo, el resto es lo demás
un amanecer, un arco iris, una estrella súbita
que quiero mirar de frente como a un jardín vertical
como si fuera sólo un parto prematuro o un insecto ciego
algo como la sed de mi memoria bebiendo tu ausencia
como el instrumento de cuerdas lanzando flechas al vacío
como un cuenco de agua sucia alimentando mosquitos
muerte saturada de luz, vestida de harapos grises
que danza con demencial pereza frente a un espejo
que la retrata ínfima y misericordiosa en su ternura
muerte mía ¿de qué color serás? azul, púrpura o clara
con un reloj marchando hacia atrás, hacia si misma

niña robada al río lácteo lleno de alas luciendo como nubes
estarás de pie, de rodillas arrastrándote sobre tus algas
desflorando cada pétalo encontrado en tus ventanas
cada hueso perfecto y descarnado como un árbol seco
sólo el amor se opone a tus misterios y a tu memoria
ciega, sin manantiales en los que pueda beber el aire
amordazado, único y regocijado, en el crepúsculo
dime, demente e indecible lluvia de campanarios
quién recogerá tus restos, quién enterrará tu piel
hurtada al paso de los días, a las suavidades del sol
no lo sé, y seguro que tú tampoco lo sabrás

zuaznabar