Hacer poemas
es como ensartar flores
sin aguja, sin hilo y sin franquicia.
Es tal vez la más deliciosa
aventura del lenguaje
y una emoción solo comparable
a cabalgar en el signo de los tiempos.
Es una inquietud suprema,
una pompa de jabón al aire
y la nao que sin vela surca
distancias colosales y quimeras.
Es como hacer un hijo sin pareja
o como bailar una danza
sublime, fraternal y eterna..
Yo empecé a escribir
en el suave vientre de mi madre
con los pies desnudos
y mis inseguros trazos
desgastaron la piel de mi esencia...
de mi propia sombra
y mis llantos desbocados.
Hacer poemas es como
pedirle a Dios prestado el macrocosmos
con la savia del destino
o la lluvia inconsútil de los valles,
además de la templanza de un beso,
la sonoridad de una campana
y la lujuria del crepúsculo.
Se escribe con letras cuajadas de llanto
y a veces mirando a la vida
sin miedo y un poco de soslayo,
con la vehemencia del alma y clavando
en el sueño los toque del drama.
Se escribe también si ladran los perros,
si vuelan las aves y al ver
en el piso las flores de mayo.
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